Aquí,
donde la tierra y el mar se unieron por primera vez, me hallo. Callada está mi alma, escuchando las palabras tentadoras del océano con un silencio que
grita por un poco de atención.
Mis
ojos se pierden en ese lienzo blanco que se va dibujando con suaves
pinceladas azuladas, pintando un cuadro de nombre infinito, firmado
con severas palabras alagando al fin.
Me
inspira y a la vez, me aterra. Me alejo aunque deseo estar cerca. Es
El Secreto que me desgarra el alma y me tortura, me encadena
con frialdad y me observa con dulzura...y por más que intenta que
mis palabras muestren un pequeño atisbo de afirmación, mi mundo es
una gran negación.
El
agua me llama, susurrando, como las sirena arrastrando a los ingenuos
marineros a su último viaje. Busca ahogarme en su lado oscuro donde
nunca se encuentra en paz y en un intento de calmar su rabia, la
descarga en los acantilados a los que los suicidas llaman liberación.
Pero
en mi mente, yo soy arrastrada por esa suave tempestad, con un
sosiego aterrador, como el estado intermedio entre el sueño y la
lucidez.
Y
al igual que las vírgenes en su primer contacto con lo carnal, mi
desnudez desea esconderse, quizás por miedo o vergüenza.
Ansia
correr y alejarse, y mirar desde la lejanía como el océano sacia
sus placeres con sus más allegados camaradas entre risas y
tentadoras caricias.
Sin
pudor, mostrándole con suma satisfacción lo que se niega a aceptar.
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